martes, 26 de octubre de 2010

El Club de los Exploradores: conviértete en superhombre de la aventura y la ciencia

Los lectores que abrieron el Times en 1914 se encontraron con el siguiente mensaje breve: se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío agudo, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito.

¿Responderíais a un mensaje así? ¿Vivirías la aventura de vuestra vida? ¿Os calaríais el sombrero Fedora a lo Indiana Jones?

El mensaje había sido insertado por Sir Ernest Shackleton, y lo que proponía era participar en la mítica Expedición Endurance, que aspiró infructuosamente a atravesar por primera vez y por tierra el continente antártico. El viaje fue un infierno.

Con todo, los miembros del Club de superhombres del que os hablaré hoy hubieran aceptado el desafío sin pensárselo dos veces. El Club de los Exporadores tiene su sede en un castillo de ladrillos de estilo gótico en la calle 70 Este de Nueva York, muy cerca de Central Park. Sus miembros son lo más parecido a superhéroes: son adictos a la aventura extrema, expertos en sobrevivir a las situaciones más difíciles.


El club fue fundado en 1904 y tiene unos 3.000 miembros en todo el mundo.

Algunos de los logros históricos de esta organización tan insólita son: Robert Peary, la primera persona en llegar al Polo Norte en 1909. Roald Amundsen, la primera persona en llegar al Polo Sur en 1911. Sir Edmund Hillary, la primera persona en conquistar la cima del Everest en 1953. Neil Armstrong, la primera persona en poner los pies en la Luna en 1969.

El club tiene óptica multidisciplinar dedicada al adelanto de la investigación de campo, de la exploración científica, y del ideal que es vital preservar el instinto para explorar. La misión total del club es el estímulo de la exploración científica de la tierra, del mar, del aire, y del espacio, con énfasis particular en las ciencias físicas y biológicas.

El vicepresidente del club para la educación y la investigación científica es el doctor Ken Kamler.
En su trabajo habitual, Kamler es microcirujano en Long Island, Nueva York. Inmoviliza manos y dedos, alivia el síndrome de túnel carpiano, repara nervios y tendones, cura fracturas.

Pero la verdadera pasión de Kamler es viajar con equipos de aventureros a los lugares más remotos y peligrosos del mundo. En estos viajes, Kamler es una especie de Mcgyver de la salud, dando soporte a los viajeros:
Si sufrimos congelaciones en el Polo Sur o nos abrimos la cabeza en el Amazonas, él sabe lo que hay que hacer. Puede tratar las mordeduras de cocodrilo y las sacudidas de quinientos voltios de las anguilas. Puede ocuparse de las orugas iridiscentes venenosas o de las tunga, unas pulgas que se meten debajo de la piel y pican con fiereza. Sabe lo que tiene que hacer si nos encontramos con una rana que lanza veneno (una Phyllobates) que produce algunas de las toxinas naturales más letales del mundo. Y, a mucha altitud, posee los ungüentos adecuados para las quemaduras solares en los puntos más insospechados, como dentro de la nariz y debajo de los párpados.

Kamler también es autor de un libro asombroso titulado Sobrevivir al límite. En él plantea los dónde están los límites de supervivencia del ser humano: somos fuertes, pero vulnerables a la vez, según su experiencia. Hay gente que sobrevive a hechos en apariencia mortales, pero a la vez:
Nuestras limitaciones físicas implican que sólo podamos vivir en una quinta parte de la superficie terrestre, donde las temperaturas oscilas entre -17 y 38 grados centígrados. Por encima de una altitud de 5.500 metros no podemos sobrevivir de manera permanente.

Cabe decir aquí que el asentamiento humano situado a mayor altitud del mundo es una ciudad minera del sur de Perú llamada La Rinconada, que se halla a 5.100 metros y cuenta con una población de 7.000 habitantes.

En cualquier caso, si queremos aumentar las probabilidades de supervivencia, hay que tener en cuenta 2 números mágicos.

En la Base de las Fuerzas Aéreas de Fairchild, cerca de Spokane, Washington, se imparte un duro curso de supervivencia en el que se repiten sin cesar estos dos números: el 37 y el 3.

37: la temperatura del cuerpo. El eslogan es claro: Mantenga los 37. Es la prioridad, por encima de la comida o el cobijo. El frío mata, el calor también.

3: 3 segundos sin espíritu ni esperanza, 3 minutos sin aire, 3 horas sin cobijo en condiciones extremas, 3 días sin agua, 3 semanas sin alimento, 3 meses sin compañía o sin amor. Aprenderse de memoria estas prioridades mejora la supervivencia y permite gestionar mejor los recursos y las necesidades.
A continuación te sueltan en el bosque, te privan de alimento y te dan varias vueltas hasta que no eres capaz de andar en línea recta. Te enseñan qué plantas debes comer y cuáles son venenosas. Te enseñan a preparar una honda y a cazar para cenar. Te tratan de mala manera y te interrogan como si fueras un prisionero de guerra. Y, al final del curso de diecisiete días, tienen la esperanza de que nunca vas a olvidar esos números 37 y 3.

Estos cursos, el Club de Exploradores o personajes como Shackleton o el propio Kamler, nos ofrecen una visión del mundo mucho más amplia y extraña. De personas por encima de la media. De los que se calan el sombrero Fedora y aceptan participar en anuncios del Time sin ni siquiera pestañear.

Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood
Más información | Club de los exploradores

No hay comentarios:

Publicar un comentario