Muchos científicos advierten que para evitar un calentamiento excesivo de la Tierra, la elevación del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos extremos, el CO2 debe ser reducido en la atmósfera a 350 partes por millón (ppm) a finales de este siglo. Su valor actual es de alrededor de 390 ppm. Los autores de un nuevo estudio alertan de que si no se toman acciones pronto, la acidificación de los océanos y el calentamiento atmosférico causados por el efecto invernadero traspasarán en este mismo siglo el tan temido umbral rojo del calentamiento global. Cruzarlo acarreará que para regresar a la situación inmediatamente anterior no se tardará lo mismo que en rebasarlo, sino nada menos que un millar de años.
Charles Greene, científico de la Universidad de Cornell especializado en el sistema de la Tierra, es el autor principal del estudio, y alerta de que el tiempo se está agotando, y que a pesar de eso los gobiernos han hecho muy poco para revertir el creciente aumento de los niveles de dióxido de carbono (CO2).
El equipo de Greene, en su búsqueda de soluciones expeditivas para impedir que el calentamiento global traspase ese umbral crítico, ha llegado a la conclusión de que una manera de reducir el CO2 atmosférico a finales de siglo es instalar por todo el mundo un número suficiente de dispositivos de captura de aire que lo filtren, absorbiendo CO2 y liberando el resto. La tecnología sería muy similar a las de captura y almacenamiento de carbono que están siendo desarrolladas para las centrales eléctricas térmicas que usan carbón.
Los nuevos dispositivos que propone el equipo de Greene serían energizados mediante la bioenergía de las algas. Esa fuente de energía permitiría que los dispositivos llevasen a cabo los procesos de captura, extracción y conducción del CO2 por tuberías, con fines de almacenamiento o para su uso industrial. Las algas son una fuente de energía más conveniente que los vegetales terrestres porque son más productivas, más eficientes en el consumo de nutrientes, y no necesitan competir por el uso de tierras agrícolas con los cultivos destinados a la alimentación.
¿El precio de usar esta tecnología en lo que resta de siglo? Unos 85,5 billones (millones de millones) de dólares. Eso cubriría la captura de las 855 gigatoneladas de carbono que se necesita retirar para reducir el CO2 atmosférico a 350 ppm. (Una gigatonelada son mil millones de toneladas).
Aunque el coste de este proyecto pueda parecer elevado, es comparable al de emplear estrategias de reducción de las emisiones de carbono para disminuir el CO2 atmosférico hasta un valor quizás tolerable pero superior al de las 350 ppm, según han calculado los autores del nuevo estudio. Además, equivale a menos de un 1 por ciento del producto interior bruto global para el resto del siglo. Y en cualquier caso, el costo de este faraónico proyecto de absorción de CO2 resulta asequible comparado con las pérdidas económicas derivadas de los devastadores efectos que tendrá el cambio climático si traspasa el tan temido umbral crítico.
El coste es soportable, pero la titánica empresa no se puede poner en marcha inmediatamente después de iniciarse su financiación. Se necesitarán décadas para desarrollar sistemas de captura de aire y de abastecimiento energético de algas, probar los prototipos, preparar los almacenes subterráneos de carbono, y fabricar y desplegar las numerosísimas unidades de tales sistemas por todo el planeta.
"En el mejor de los casos, podríamos tener todo montado a escala global para el 2050", indica Greene.
Para ganar tiempo, otra estrategia de la geoingeniería que muchos científicos están explorando consiste en alterar el balance radiativo del planeta inyectando aerosoles de sulfato en la atmósfera y bloquear así los rayos del sol, imitando lo que sucede después de una erupción volcánica. Otras estrategias se basan en inyectar gotas de agua de mar en las nubes, o desplegar en órbita alrededor de la Tierra gigantescos toldos o espejos para bloquear parte de la luz solar.
Tales estrategias de manejo de la radiación solar pueden ponerse en práctica con relativa rapidez, pero sólo pueden ser consideradas como un último recurso con el que poder ganar algo de tiempo extra, ya que simplemente retrasan los efectos nocivos de la acumulación de CO2, no impiden en modo alguno dicha acumulación.
Charles Greene, científico de la Universidad de Cornell especializado en el sistema de la Tierra, es el autor principal del estudio, y alerta de que el tiempo se está agotando, y que a pesar de eso los gobiernos han hecho muy poco para revertir el creciente aumento de los niveles de dióxido de carbono (CO2).
El equipo de Greene, en su búsqueda de soluciones expeditivas para impedir que el calentamiento global traspase ese umbral crítico, ha llegado a la conclusión de que una manera de reducir el CO2 atmosférico a finales de siglo es instalar por todo el mundo un número suficiente de dispositivos de captura de aire que lo filtren, absorbiendo CO2 y liberando el resto. La tecnología sería muy similar a las de captura y almacenamiento de carbono que están siendo desarrolladas para las centrales eléctricas térmicas que usan carbón.
Los nuevos dispositivos que propone el equipo de Greene serían energizados mediante la bioenergía de las algas. Esa fuente de energía permitiría que los dispositivos llevasen a cabo los procesos de captura, extracción y conducción del CO2 por tuberías, con fines de almacenamiento o para su uso industrial. Las algas son una fuente de energía más conveniente que los vegetales terrestres porque son más productivas, más eficientes en el consumo de nutrientes, y no necesitan competir por el uso de tierras agrícolas con los cultivos destinados a la alimentación.
¿El precio de usar esta tecnología en lo que resta de siglo? Unos 85,5 billones (millones de millones) de dólares. Eso cubriría la captura de las 855 gigatoneladas de carbono que se necesita retirar para reducir el CO2 atmosférico a 350 ppm. (Una gigatonelada son mil millones de toneladas).
Aunque el coste de este proyecto pueda parecer elevado, es comparable al de emplear estrategias de reducción de las emisiones de carbono para disminuir el CO2 atmosférico hasta un valor quizás tolerable pero superior al de las 350 ppm, según han calculado los autores del nuevo estudio. Además, equivale a menos de un 1 por ciento del producto interior bruto global para el resto del siglo. Y en cualquier caso, el costo de este faraónico proyecto de absorción de CO2 resulta asequible comparado con las pérdidas económicas derivadas de los devastadores efectos que tendrá el cambio climático si traspasa el tan temido umbral crítico.
El coste es soportable, pero la titánica empresa no se puede poner en marcha inmediatamente después de iniciarse su financiación. Se necesitarán décadas para desarrollar sistemas de captura de aire y de abastecimiento energético de algas, probar los prototipos, preparar los almacenes subterráneos de carbono, y fabricar y desplegar las numerosísimas unidades de tales sistemas por todo el planeta.
"En el mejor de los casos, podríamos tener todo montado a escala global para el 2050", indica Greene.
Para ganar tiempo, otra estrategia de la geoingeniería que muchos científicos están explorando consiste en alterar el balance radiativo del planeta inyectando aerosoles de sulfato en la atmósfera y bloquear así los rayos del sol, imitando lo que sucede después de una erupción volcánica. Otras estrategias se basan en inyectar gotas de agua de mar en las nubes, o desplegar en órbita alrededor de la Tierra gigantescos toldos o espejos para bloquear parte de la luz solar.
Tales estrategias de manejo de la radiación solar pueden ponerse en práctica con relativa rapidez, pero sólo pueden ser consideradas como un último recurso con el que poder ganar algo de tiempo extra, ya que simplemente retrasan los efectos nocivos de la acumulación de CO2, no impiden en modo alguno dicha acumulación.
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