Cada año, cientos de personas se pierden en los bosques de todo el mundo: precisamente porque perderse en el bosque es más fácil de lo que parece. Pero ¿por qué nos perdemos tan fácilmente? ¿Qué sucede cuando andamos sin norte? ¿Qué deberíamos hacer para que nos encontraran más fácilmente?
Los rastreadores expertos indican que una persona normal deja tras de sí 2.000 pistas por cada kilómetro que avanza. Huellas, una rama rota, un pedazo de barro, una brizna de hierba retorcida. Un equipo de rastreadores, separados tres metros entre sí, generalmente puede detectar el 95 % de las pistas útiles. Si se separaran quince metros, entonces descubrirían el 75 % de los indicios.
La conducta de una persona perdida fue ampliamente estudiada en la obra de William Syrotuck, un pionero en este campo que recopiló datos sobre cientos de personas extraviadas en diversos lugares de Estados Unidos. Incluso determinó qué clase de personas nos encontraremos perdidas en unos y otros lugares.
Así pues, lo más relevante a la hora de buscar a una persona perdida son dos datos: su edad y su actividad al aire libre.
No necesitamos un historial personal detallado ni un perfil psicológico. Sólo necesitamos un poco de información básica. “Es más importante darnos cuenta de que un porcentaje conocido de todas las personas que se pierden se encuentran dentro de un radio de dos o tres kilómetros que saber cómo llegaron hasta allí.
El mayor problema que aparece cuando una persona se pierde en un bosque frondoso es el miedo. El miedo activa los grandes músculos de las piernas. Las personas que se pierden, entran en un estado de alerta tal que no puede evitar avanzar o incluso correr de una forma tan enfermiza que incluso se olvidan de buscar comida y agua en sus propias mochilas.
Pero no todas las personas reaccionan con tanta intensidad al perderse. Por ejemplo, los cazadores, que se pierden con mucha frecuencia, normalmente, al ser encontrados, sólo se habían desplazado entre 1,5 y 3,5 km.
Los excursionistas en general dependen mucho de los senderos y casi nunca llevan brújulas o mapas, así que normalmente se han desplazado entre 1,5 y 4,5 km.
Los niños pequeños de entre 1 y 6 años normalmente se desplazan entre 1 y 2,5 kilómetros.
Los más pequeños, de entre 1 y 3 años, no tienen conciencia de haberse perdido. Si se separan de sus padres, no tienen la capacidad suficiente para encontrar el camino y comienzan a deambular sin un objetivo, aunque normalmente no llegan demasiado lejos. Por lo general, se les encuentra durmiendo. Naturalmente, los niños de entre 3 y 6 años son más móviles y entienden el concepto de perderse. Suelen cuidar mejor de sí mismos que los niños de mayor edad o, incluso, que los adultos. Se ponen a cubierto cuando hace mal tiempo y duermen en cuevas o madrigueras. Normalmente son “resistentes extraños”.
Uno de los grupos más peligrosos son los niños de entre 7 y 12 años. Suelen echarse a correr cuando se pierden y, además, acostumbran a no responder a los buscadores hasta que tienen hambre y frío por miedo a que se les castiguen.
Las personas más mayores son las más fáciles de encontrar: apenas avanzan y suelen construir refugios y esperar a ser rescatados.
Así que el principal consejo de supervivencia que puede darse a alguien que se pierde es: quedarnos donde estamos o encontrar un lugar abierto que esté próximo.
Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood
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