A todos nos ha pasado alguna vez: estamos circulando por alguna carretera y, de vez en cuando, debemos girar el volante para enfilar sinuosas curvas. ¿Para qué tanta curva? ¿Para evitar alguna finca privada? ¿Para rodear montañas? ¿Por qué hay curvas que parecen totalmente inútiles?
La respuesta rápida es: para que no nos durmamos.
Según Michael Trentacoste, director del centro Turner-Fairbank, la mayoría de personas que pierden la vida en un coche lo hacen en este contexto: vehículo solitario se sale de la calzada. Por ejemplo, en las largas y rectas carreteras de Wyoming hay una cantidad enorme de accidentes de tráfico, simplemente porque el conductor se sale de la carretera. Los conductores pierden la concentración o directamente se duermen.
Por esa razón, aunque el paisaje no lo reclame, los diseñadores de carreteras introducen sutiles curvaturas. Una regla general aproximada de las carreteras es que los conductores no deberían circular durante más de un minuto sin tener un poco de curva.
A pesar de que la intuición nos diga lo contrario, un conjunto de curvas zigzagueantes (en apariencia un segmento peligroso del trazado) es menos peligroso que una curva que llegue después de un largo tramo de carretera recta. Bien lo saben los conductores estadounidenses, en cuyas carreteras se puede usar a menudo el llamado Cruise Control o Control de Crucero: ya ni siquiera necesitas pisar el acelerador, y el vehículo se mantiene siempre a una velocidad constante para evitar superar el límite legal.
Sin embargo, las curvas de carretera, por la mayoría de las cuales se puede conducir como en cualquier otra sección, a menudo no bastan para mantener despierto a un conductor cansado. Motivo por el cual los ingenieros, a partir de la década de 1980, empezaron a recurrir a las bandas sonoras en los márgenes. Los resultados fueron espectaculares. Después de instalarlas en la autopista de peaje de Pensilvania, los accidentes por salida de la calzada cayeron un 70 por ciento en el período estudiado.
El paradigma de carreteras rectilíneas y propensas a los accidentes lo constituye algunas carreteras que discurren por el desértico interior de Australia, lo que se denomina outback. Carreteras interminables, con tramos totalmente rectos de decenas o cientos de kilómetros, en los que sólo circula ocasionalmente algún que otro vehículo rociando de arenisca y polvo rojizo la cuneta. Líneas rectas de asfalto que tiemblan a la vista producto de las oleadas de calor, perdiéndose en el horizonte en un trémulo y evanescente punto.
Los viajes en coche por estos caminos desolados son tan monótonos que cruzarse con alguna gasolinera o cualquier otra cosa que rompa la linealidad del paisaje constituye todo un acontecimiento. Y ya no digamos si os cruzáis con otro vehículo en dirección contraria. Bill Bryson describe la experiencia como nadie en su libro de viajes sobre Australia En las antípodas:
Nunca había estado en un espacio tan vacío e ilimitado. (…) En una ocasión vimos un coche que venía de cara, cuyo conductor estaba sin duda sedado por la monotonía, que se salía de la carretera e iba dando bandazos durante un trecho dejando atrás una estela de polvo. Al acercarse a nosotros (advertido probablemente por la bocina de Allan) el conductor se despertó sobresaltado y giró el volante por reflejo para recuperar su posición en la carretera, pero lo hizo demasiado bruscamente y en consecuencia fue a parar a nuestro carril, lo que resultó pavoroso. Era absurdo: en una zona de indescriptible desolación, las dos únicas piezas en movimiento estaban a punto de chocar de forma brutal. Pasó un instante lleno por ambas partes de bocinazos, estremecimientos y bruscos y tensos virajes. Fue un momento rarísimo en que el tiempo se paró y pude ver perfectamente a nuestro involuntario asaltante, atrapado como en una fotografía indiscreta, mirándonos con una mezcla de desconcierto y disculpa.
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt / En las antípodas de Bill Bryson
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