domingo, 16 de diciembre de 2012

Los 70: la edad de oro del porno



Por Simón Posada, vía revista Don Juan

En los años setenta el porno alcanzó su punto artístico más alto; dejó de ser un producto limitado al viejo “mete y saca” para explotar tramas tan complejas como una obra de Jean-Paul Sartre. Sus consumidores se convirtieron en personajes tan chic como Norman Mailer y Jackie Kennedy y sus estrenos merecían una interminable alfombra roja.
Si los sesenta fueron los años del rock, de los Beatles, de los Rolling Stones y de Woodstock, los setenta fueron los años del porno. Nunca antes, ni después, el porno había estado tan cerca del arte. Antes y después de esa década, el porno ha sido una simple herramienta para masturbarse, pero en esos años, ir al cine con la novia era algo tan normal como ir a ver Star Wars. Y el porno florecía.Antes de esa década circulaban pequeños cortos conocidos como stag films. Venían en formato Super 8 mm, no duraban más de diez minutos y eran vistos en casas o en fraternidades universitarias. En estos cortos, los protagonistas eran el plomero, el médico, el sacerdote y todas las fantasías sexuales que pueblan el mundo hogareño. Este género fue común desde la invención del cinematógrafo. Se dice que los primeros se hicieron en Francia, otros dicen que en Argentina, pero lo cierto es que siempre fueron lo mismo, pequeños clips sexuales que solo servían para masturbarse.
Pero ¿acaso el porno sirve para algo más que el onanismo? Los cineastas de los años setenta demostraron que sí. La ley era clara: el juez William J. Brennan escribió en 1957 que todo lo obsceno debía ser censurado, y lo obsceno podía definirse como aquello que no tiene ninguna importancia social. La solución era, entonces, romper la regla.
Todo comenzó en 1971 en las dos esquinas de Estados Unidos. Los hermanos Jim y Artie Mitchell, de San Francisco, estudiaban cine y trabajaban en una sala X. Al ver lo lucrativo que era el negocio crearon la O’Farrell Theatre, una sala de cine X en la que rodaban solo películas de mujeres masturbándose. El negocio prosperó, pero sentían miedo de ser atrapados, y por eso interpretaron la ley a su manera. Debían hacer una película artística, con historia, para poder argumentar que tenía importancia social y no ser censurados.
En la otra esquina, en Nueva York, Gerard Damiano, un próspero peluquero del Bronx, decidió entrar a una escuela de cine por influencia de un amigo. En ese entonces, en Hollywood apenas se cocinaba la gran industria cinematográfica con Spielberg, Lucas y Coppola,mientras que en Nueva York las únicas producciones eran pequeños cortos pornográficos y algunos filmes independientes. Por eso, Damiano encontró en el porno la única forma de hacer cine, y varios hechos allanaron el camino para que realizara su obra maestra.
El estreno de Blow Up, de Antonioni, en 1966, ayudó un poco a preparar al público para la invasión del porno a las salas de cine gracias a que fue la primera película en mostrar vello púbico. Tres años después, en 1969, se estrenó en Estados Unidos I’m curious (Yellow), de Vilgot Sjöma, una crítica a la sociedad sueca alternada con escenas de sexo explícito.
El mismo año, el exoficial de la fuerza aérea estadounidense Alex de Renzy viajó a Copenhague a rodar un documental sobre la primera feria erótica en Dinamarca, luego de la legalización de la pornografía en ese país. Titulado Pornography in Denmark, el documental se convirtió en la manera más eficaz y socarrona de proyectar en las salas de cine de Nueva York penetraciones y actos sexuales explícitos.
Gracias a su éxito, Renzy hizo A History of the Blue Movie, otra película porno disfrazada de documental, en la que mostraba los cortos pornográficos más populares de antes de los años setenta. El mismo año, el presidente Lyndon B. Johnson contrató a un grupo de expertos para que estudiaran los efectos de la pornografía en el ser humano. El informe, conocido como President’s Commission on Obscenity and Pornography, determinó que no existía evidencia de que la pornografía alterara la conducta humana ni diera pie a actos de violencia sexual. De hecho, en Dinamarca, un año después de la legalización, la tasa de homicidios sexuales bajó de manera considerable.
Mientras conducía su carro por uno de los puentes de Nueva York, a Gerard Damiano, de algún lugar de la cabeza, se le ocurrió un argumento: una mujer no puede tener orgasmos y un médico descubre que tiene el clítoris en la garganta. Esta idea, la mujer que solo siente placer al practicar sexo oral, quizá surgió del fanatismo que existe en Estados Unidos por esta práctica, popular gracias al puritanismo estadounidense que hace que las adolescentes satisfagan a sus novios sin tener que perder la virginidad. En Lolita, de Nabokov; Sexus, de Henry Miller, y el musical Hair, son muestras de la obsesión estadounidense por el blowjob, que tuvo su momento cumbre en el escándalo mediático de Bill Clinton y Monica Lewinsky.
Damiano consiguió que su amigo Butchie Peraino, hijo de un capo de la mafia italiana, financiara el rodaje de Garganta profunda. Con 25.000 dólares viajaron a Miami, se instalaron en un hotel de Biscayne Boulevard y rodaron en un fin de semana la película más rentable de la historia del cine, con un recaudo en taquilla de 600 millones de dólares. Se dice, incluso, que pudo ser más, pero como su distribución estuvo bajo órdenes de la mafia, la cifra completa es desconocida.
Jackie Kennedy, Jack Nicholson y decenas de celebridades fueron a verla en los teatros de Nueva York. Su actriz, Linda Lovelace, que solo recibió 1.200 dólares por la actuación, salió en las portadas de Esquire y Playboy. La película fue todo un éxito y se convirtió en un hito del cine. Su historia es, quizá, la única que necesita del sexo para su desarrollo. Sus diálogos y situaciones hilarantes la convierten en una de las pocas películas porno que los espectadores quieren ver hasta el final sin necesidad de adelantar.

Sin embargo, no todo salió bien.
Seis meses después del estreno de Garganta profunda, los hermanos Mitchell estrenaron en San Francisco Behind the Green Door, una película que cuenta el viaje al orgasmo de una mujer virgen en un ritual orgiástico. Las escenas de sexo se mezclan con imágenes psicodélicas que la convierten en una película porno de culto. Sus intenciones de cine de autor les ayudaron a los hermanos Mitchell a evitar la censura. Su actriz, Marilyn Chambers, se convirtió en una cotizada actriz porno y ha sido de las pocas que ha logrado tener papeles respetables en el cine convencional, en películas como Rabid, de David Cronenberg.
Garganta profunda y Behind the Green Door, como los Beatles y los Rolling Stones en la música, partieron la historia del porno en dos. En 1973, Damiano estrenó la tercera gran película porno de los setenta, The Devil in Miss Jones. Inspirada en una obra de teatro de Sartre, cuenta la historia de Justine Jones -protagonizada por Georgina Spelvin-, una mujer virgen que se suicida en su bañera a los treinta años de edad.
En el purgatorio, un funcionario del más allá le explica su dilema: no puede enviarla al cielo, porque Dios no perdona el suicidio, pero tampoco puede enviarla al infierno, porque murió virgen, sin pecado alguno. Para arreglar la situación, Justine Jones es enviada de nuevo a la Tierra en compañía de un demonio que le enseñará las más oscuras prácticas sexuales.
Al final, cuando la mujer se convirtió en una ninfómana, es condenada a vivir en una habitación del infierno con un hombre que no puede tener sexo con ella porque está obsesionado, por toda la eternidad, con matar las moscas que vuelan en la habitación.
Pero la historia del porno en los años setenta no terminó nada bien. Linda Lovelace, la protagonista de Garganta profunda, denunció en uno de sus libros, Ordeal, que había sido obligada a actuar con una pistola en la cabeza. Ninguna de las personas que estuvieron en el rodaje concordó con esa versión, pero las feministas la usaron como bandera de una gran cruzada nacional contra la prostitución.
Años después, en 2002, murió en un accidente automovilístico en Denver. Mientras tanto, el actor Harry Reems, que hizo el papel del doctor que encuentra el clítoris en la garganta de Linda, fue detenido en varias ocasiones y sometido a una persecución legal, al igual que Damiano, que murió pobre y olvidado en un pueblo de la Florida, a pesar de haber rodado la película más rentable en la historia del cine. En febrero de 1991, Jim Mitchell, bajo el efecto de la cocaína, le disparó en la cabeza a su hermano, Artie. Al salir de la cárcel, seis años después, creó una fundación para la rehabilitación de drogadictos y murió en 2007 de un ataque cardiaco. Hoy está enterrado al lado de su hermano.
Y el porno también tuvo un final trágico. Como lo cuenta la película Boogie Nights, de Paul Thomas Anderson, la llegada del video acabó con la industria. Las personas dejaron de ir a las salas X y empezaron a ir más a las tiendas de alquiler de video. Se estima que en Estados Unidos había 894 salas X en 1980. Cinco años después, solo quedaban 250. Cualquiera podía grabar una película con unos pocos dólares. Incluso, con la bajada de precio de las cámaras de video nació el porno amateur, un porno insulso, sin historias ni leyendas, solo con parejas anónimas que ayudan a otras a masturbarse con sus actuaciones fracasadas.
Pero al video también le llegó su fin. Con la Internet, el auge del porno a finales de los noventa acabó con las tiendas de video. El streaming es el medio ideal para ver porno sin virus y sin dejar huellas en los computadores caseros. Nadie ve hoy en día una película completa, solo cortos masturbatorios de no más de diez minutos, como los stag films de antes de los gloriosos años setenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario