Parecen blindados, pero son todo sensibilidad. Esa piel gruesa que se gastan los temibles cocodrilos no es sino simple apariencia, pues en realidad su superficie tiene una sensibilidad mayor que la punta de un dedo humano, según ha descubierto una nueva investigación.
En principio, la función de esta sensibilidad más consensuada sería la de detectar diminutas ondas y vibraciones en el agua para mejorar sus artes depredatorias, y para ello necesitan ser sensibles al más mínimo cambio de presión y vibración. Y decimos en principio porque, tras el descubrimiento, se ha encendido un gran debate en torno a esta cuestión.
La investigación la llevó a cabo la Universidad de Vanderbilt, en Estados Unidos, y las conclusiones hansorprendido a los científicos, que no sólo no esperaban encontrar tanta sensibilidad a flor de piel en unos animales de apariencia tan tosca, sino que, además, descubrieron un sinfín de puntos donde se ésta se concentra, denominados órganos sensores tegumentarios.
Detectan las ondas de agua
Las funciones que los científicos atribuyen a estos órganos son muy distintas, y las sugerencias van desde ser una fuente de secreciones grasas que mantienen a los animales limpios hasta la detección de campos magnéticos, así como la salinidad del agua, la presión y las vibraciones. Éstas dos últimas son las funciones que se creen más probables y que consistirían en detectar los movimientos del agua creados por la presa al nadar, y que le permitirían saber su ubicación exacta, así como determinar la mejor estrategia perfecta para que ésta acabe entre sus fauces.
Durante la investigación se analizaron los sensores y sus conexiones neuronales en caimanes y cocodrilos americanos del Nilo, concluyendo que, efectivamente, existía una conexión a través de los ganglios que proporcionan sensibilidad en la cara y mandíbula en los seres humanos.
El estudio se inició tras observar un intrigante hallazgo que animó a los científicos a buscar respuestas. Sucedió en 2002, cuando pudieron observar la sorprendente habilidad demostrada por un cocodrilo en unacuario oscuro, que se giró hacia el lugar donde se dejaron caer unas pequeñas gotas. Ni siquiera el ruido lograba despistarlo, sabía perfectamente de dónde venían las ondas, algo que ahora, diez años después, acaba de confirmar y explicar esta investigación.
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