El hombre se hacía llamar Altman. Venía de Alemania. Vivía con su mujer y sus dos hijos. Dirigía una serranía cerca de La Paz, Bolivia, aunque vivía en un amplio chalet en la carretera que va a Coroico. Era 1951. No se sabía mucho más de él hasta que en 1973 fue detenido por tratarse en realidad del carnicero de Lyon, uno de los mayores criminales de guerra en la Segunda Guerra Mundial.
Aquel comerciante de quinua fue acusado de participar en el operativo que terminó en la muerte del Che Guevara. Su verdadero nombre era Klaus Barbie y seguía operando para reivindicar el nacionalismo alemán junto con decenas de nazis exiliados en Latinoamérica, gracias a las ratlines, rutas de escape organizadas por el sacerdote croata, Krunoslav Draganovic. La mayoría de los prófugos escogieron Argentina y Uruguay. Solo unos cuantos se decidieron por Bolivia, un país discreto, en medio del continente, el cual sería ideal como centro de operaciones y para pasar desapercibidos.
De acuerdo con informes del gobierno boliviano, dados a conocer en aquel entonces, Barbie trabajaba para la dictadura del general René Barrientos. Dirigió la Compañía Transmarítima Boliviana, creada en 1967, la cual supuestamente actuaba como tapadera de tráfico de armas. Los servicios de inteligencia americanos lo utilizaron para aniquilar al comando revolucionario del Che por sus habilidades contrainsurgentes –tan solo Francia se la acusaba de más de 4.000 muertes–.
No hay comentarios:
Publicar un comentario