vía PijamaSurf
En el mundo de la biología evolucionista las funciones vitales y los órganos que se encargan de ellas tienen un origen puntual, generalmente asegurando una ventaja de supervivencia. Sin embargo, esta teoría darwiniana omnienvolvente de la supervivencia de lo más apto no explica del todo, según algunos investigadores, la evolución de algunas de las capacidades más complejas y sutiles del cerebro humano –como el lenguaje, la música o el pensamiento creativo.
En su libro The Mating Mind, Georffrey Miller argumenta que la evolución del cerebro se debió a la selección sexual, es decir toda esta complejidad –capaz de crear la Novena Sinfonía, modelar la teoría de supercuerdas o construir los jardines colgantes de Babilonia– es el resultado de incorporar conductas adaptativas que favorecen la reproducción. Miller dice que la alta capacidad del cerebro humano y su alto costo de mantenimiento (energético) debieron surgir de una selección directa para una función biológica –la inteligencia no debe de ser solamente una frivolidad biológica, como la llama Stephen Pinker.
Estas adaptaciones solo llegan a surgir de dos formas: a través de la selección natural, para obtener una ventaja de supervivencia, o por selección sexual, para obtener una ventaja reproductiva. El argumento de Miller se basa en que las más altas funciones cognitivas no son tanto ventajas de supervivencia –por sobre otros primates que no crecieron tanto su cerebro– como ventajas de reproducción. La música y el arte poco tienen que ver con la capacidad de obtener alimentos y evitar predadores. En cambio estos frutos del lenguaje y de la imaginación tienen un alto valor ornamental: la estética no sólo es ley ética, es ley erótica.
Cada uno de nuestros ancestros logró no sólo vivir un rato, sino convencer por lo menos a una pareja sexual a tener el suficiente sexo para reproducirse. Esos proto-humanos que no atrajeron interés sexual no se convirtieron en nuestros ancestros, no obstante su capacidad de supervivencia. Darwin notó esto, y argumentó que la evolución no sólo está movida por la selección natural de la supervivencia, sino que también por un proceso igualmente importante que llamó: selección sexual a través de la elección de pareja.
La mente humana y la cola de un pavorreal sirven las mismas funciones biológicas. La cola del pavorreal es un ejemplo clásico de la selección sexual a través de la elección de pareja. Evolucionó porque las hembras prefieren colas más coloridas. Los pavorreales podrían sobrevivir mejor con colas más pequeñas y ligeras. Pero la preferencia sexual de las hembras ha hecho que esta especie evolucione plumajes más grandes y coloridos que toman tiempo y energía en desplegarse, y que los hacen más susceptibles al ataque de algunos predadeores.
La cola del pavorreal es uno de los más espectaculares ejemplos, entre muchos, que muestran como la naturaleza se regocija no solo en el utilitarismo evolutivo sino también en el goce diverso de los sentidos. Aunque sea la misma fuerza la que mueve al ojo del águila a agudizarse para identificar a su presa que a una luciérnaga a emitir patrones de luz para llamar a una pareja, existe una variación en la sofisticación, una altiva sutileza.
Aun cuando comúnmente se utiliza la selección sexual para explicar los comportamientos de los animales, la biología tiende a omitir el deseo sexual como una fuerza evolutiva primordial, que moldea gran parte de nuestra existencia. Investigadores como David Buss y Randy Thornhill han documentado cierta evidencia de que hemos evolucionado preferencias sexuales por las caras simétricas, los cuerpos fértiles y el alto estatus social. Georffrey Miller cree que la biología podría dejar lo “puritano” para pasar a lo “dionisicaco”.
Una diferencia está en que la selección sexual a través de la elección de una pareja puede ser más inteligente que la selección natural. Digo esto literalmente. La selección natural ocurre como resultado de los desafíos de un habitat físico y de un nicho biológico. El habitat incluye factores importantes para los agricultores: sol, viento, calor, lluvia y tierra. El nicho incluye predadores, parásitos, germenes y competidores de otras especies. La selección natural es algo que sólo ocurre como efecto secundario de estos factores influyendo en las oportunidades que tiene un organsimo de sobrevivir.
La selección sexual es diferente en que los animales tienen fuertes intereses en convertirse en efectivos agentes de esta selcción. Los genes de una pareja sexual determinarán en más o menos la mitad la cualidad genética de un hijo. Muchas de las conductas evolutivas en los animales se desarrollan justamente para que podamos escoger parejas sexuales que tienen buenos genes. Estos procesos evolutivos de selección sexual pueden evolucionar a ser más complejos, sutiles y precisos. Esto podría tener sentido bajo la teoría de Susan Blackmore de que los genes en realidad nos usan a nosotros –a los seres vivos– para perpetuarse y transmitir su información. En organismos más complejos la persistencia de la transmisión de información se puede volver más sofisticada, por lo cual la gran seducción biológica del sexo abarca mayores aristas y matices –todos los cuales están orientados a que la evolución avance: a que los mejores genes ganen primacía.
Miller considera que el lenguaje pudo haber evolucionado de esta forma. Ya que nuestros ancestros no podían percibir fácilmente los pensamientos del otro, el lenguaje permitió conocer lo que nuestros antepasados sentían, querían y pensaban con mayor claridad y riqueza. A través del lenguaje, del arte y de la música, el mundo se llenó de una dimensión psicológica (los amantes pudieron auscultar ya no sólo el cuerpo sino también la mente y el corazón). Al seleccionar una pareja la dimensión mental cobró importancia y ya no sólo la dimensión corporal.
El argumento de Miller cobra relevancia ya que se ha aceptado que para la evolución acelerada del cerebro humano debió existir un proceso de retroalimentación positiva y la selección sexual es uno de los ejemplos más claros que se han encontrado en la biología de un proceso de retroalimentación positiva. Nuestros antepasados se hicieron más inteligentes para tener más sexo, pero tener más sexo (o reproducirse en mayor medida) los hizo más inteligentes…
La teoría de Miller no suena descabellada cuando uno se detiene a ver cuales son las verdaderas motivaciones de la mayoría de nuestras conductas, en un mundo supuestamente civilizado, donde el instinto habría sido domado. Sin caer en un reduccionismo freudiano, es indudable que gran parte de nuestros actos están basados, generalmente de manera inconsciente, en el deseo de recibir una recompensa sexual o de hacernos más atractivos y por ende tener más posiibilidades de reproducirnos. ¿Fueron la sonatas de Mozart en realidad compuestas para complacer a una invisible fuerza erótica que corre por la naturaleza, llamando a completar una fusión? Es probable que en cierta forma sí. Aunque a la mayoría de nosotros no nos interese reproducirnos cuando tenemos sexo o queremos comprar algo, quizás esta sea la sofisticada madeja con la cual la naturaleza nos tiende una celada llena de pirotecnia. Aunque busquemos realizaciones ulteriores, construyamos castillos metafísicos o queramos establecer todo un marco ético (y épico) para justificar y dar sentido a nuestra existencia, en el fondo tal vez todo esto sea una metáfora o una escenografía sobre la cual se efectúa el verdadero drama cósmico, aquel de los cuerpos que se unen para continuar una ciega existencia.
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