Por Nicolás Viotti / Revista Anfibia
Si bien las noticias científicas acaban de decretar el fin del mito apocalíptico new age inspirado en el calendario maya, pareciera que la distancia entre los saberes llamados “científicos” y los “vulgares” se empeñara en persistir.
Hace poco, un equipo de arqueólogos de los Estados Unidos anunció el descubrimiento del calendario Maya más antiguo documentado hasta la fecha. Ideado en el siglo IX y pintado en las paredes de un cuarto encontrado en la ciudad Maya de Xultún, desmiente las fechas estimadas del llamado “fin del mundo” que otros calendarios mayas declaraban para fin de este año.
Pero saber científico y rumor social no van de la mano.
Para una parte de la población de los sectores medios, tal vez mucho más amplia de la que estemos dispuestos a considerar, el 21 de diciembre es una fecha clave: hace unos días, las cuentas de Facebook, Twitter y Google+ de la NASA empezaron a emitir contenidos para desmentir las numerosas teorías sobre el fin del mundo.
Lejos de esos rumores, los recientes efectos del 21-12-12 nos obligan a repensar la importancia de las consignas apocalípticas en el mundo más moderno y contemporáneo.
Según me cuenta Dudy, una fotógrafa de veinticuatro años que coordina talleres sobre el llamado calendario maya en su casa de Colegiales, el próximo 21 de diciembre no es exactamente un momento apocalíptico, sino simplemente un momento de cambio, un tiempo de renovación y de “despertar de la conciencia”.
Es algo, insiste, que empezó hace mucho y va a continuar por mucho tiempo más. El 21 de diciembre va a ser sólo una fecha importante que cada uno tiene que vivir como quiera.
La mirada de Dudy sobre el supuesto “apocalipsis” sobre el que los medios de comunicación y la industria cultural no se cansan de insistir, encarna lo más significativo de un estilo de vida espiritual muy contemporáneo que desconfía de la jerarquía y de las “normas” por considerarlas parte de un paradigma en crisis que va a ser lentamente reemplazado por una vida más armoniosa, creativa y vital.
Para los seguidores de la “ley del tiempo” (una síntesis ecléctica del calendario maya, o Tzolkin, y de otros registros del tiempo no occidentales que ideó el mexicano-norteamericano José Argüelles) se espera un “gran cambio cósmico” como fin de un gran ciclo temporal compuesto por trece pequeños ciclos denominados b´ak´tun.
Según Arguelles, autor del libro The Maya Factor (1987), se produciría una alineación planetaria singular: un eje cósmico que abriría un canal de purificación que producirá un cambio en la energía y las vibraciones del planeta.
A Dudy no le importan las explicaciones científicas que desmienten la fecha del fin del calendario, tampoco está preocupada por la comprobación puramente astronómica del fenómeno.
En todo caso, dice, lo más importante no es la exactitud sino el proceso de transformación más amplio que ya está ocurriendo. Explica: el calendario de la “ley del tiempo” es un calendario orgánico, que se vincula con la naturaleza de forma más sincrónica que el calendario gregoriano, representante de una concepción del tiempo lineal y mecanicista típica de una sociedad que está empezando a desaparecer.
En Argentina, algunos pueblos de Córdoba, Rio Negro o la Provincia de Buenos Aires esperan recibir seguidores de “la ley del tiempo” y entusiastas que se denominan “guerreros del arcoiris” que quieren recibir ese cambio cósmico con ceremonias grupales y rituales colectivos de “activación”. Dudy se prepara estando tranquila y comiendo comida viva (sin cocción).
Las lluvias torrenciales sobre Buenos Aires, los encuentros con otras personas sensibles a la “ley del tiempo” son datos leídos en una clave donde “nada es casualidad”. “Hay que prepararse”, dice, “el proceso está empezando y se va a empezar a acelerar en los próximos días, hay que estar muy calmado”.
En otros lugares, arqueólogos y astrónomos no se cansan de desmentir las fechas estimadas y las condiciones culturales, e incluso astronómicas, del llamado “fin del mundo” que miles de personas esperan para el fin de este año.
Los medios de comunicación, ávidos de sensacionalismo, han puesto en el centro de atención una serie de fenómenos como la bóveda del proyecto Svalbard, (una especie de cámara acorazada en el Círculo Polar Ártico donde se guardan semillas para salvar la biodiversidad de la Tierra) y la reciente migración masiva al pueblo de Bugarach en los Alpes franceses, donde algunos miles de seguidores de la Nueva Era se congregan a esperar el fin de un mundo que no termina de desaparecer y el comienzo de otro que no termina de nacer.
Para muchos, el fenómeno de ansiosa espera del 21 de diciembre es un momento de incertidumbre y de expectativa.
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